Drones que sobrevuelan con sensores multiespectrales para identificar zonas agrícolas con coberturas vegetales en un mapa cartográfico, donde se aprecian las malas hierbas, las necesidades de abono o prever el estrés hídrico…
Marcos Garcés detiene su tractor para vigilar desde su tableta los parámetros de la ración de alimento que un programa informático distribuye a sus cerdos en alejadas granjas de cebo según la curva de crecimiento del ganado. Luego, con un pie en tierra, abre en el móvil una app para gestionar el cuaderno de campo de su predio agrícola, unas 300 hectáreas, donde cultiva cereal en secano, leguminosas y girasol, con una parte en ecológico.
«Siembro y abono según los resultados de los análisis de la estructura física y el contenido de microorganismos del suelo», comenta este agricultor de 30 años, incorporado oficialmente hace 6 años a la actividad agropecuaria de la explotación familiar, con la que ha convivido siempre.
«La tecnología educa», sostiene Fernando de la Rosa, experto en negocio y marketing digital, y son las nuevas generaciones más permeables a la transformación digital que, junto al Big Data, podrán aumentar la productividad de las explotaciones agrarias en un 1% anual durante los próximos 30 años, gracias a que reducirán el uso de fitosanitarios en torno al 25%, cuya aplicación será más localizada y de modo prescriptivo, y la reducción del agua y energía en regadío, entre el 10 y el 30%, según expertos reunidos en el Agridata Summit Madrid, España.
En bruto, los datos no sirven
«La base de la transformación digital son los datos», subraya Gonzalo Martín, CEO de Bynse, de las primeras empresas en pisar el terroir para adaptar sistemas de información y análisis de Big Data. Equipos de sensorización que evalúan el estado de cultivo a nivel suelo, planta y clima, cámaras hiperespectrales, multiespectrales, infrarrojas o térmicas instaladas en drones, o el uso de satélite para teledetección, generan una ingente recogida de datos, que debe ser sistemática, pero «solos no sirven para nada», indica Jose Luis Miguel, coordinador técnico de Coag. Cruzarlos mediante una solución informática y gestionarlos justo a tiempo permite tomar decisiones y reducir así, por ejemplo, los costes de cultivo.
«Si incrementamos nuestro conocimiento del olivar, podremos entender mejor qué factores afectan más directamente a la producción, determinar fechas óptimas de recolección, determinar los niveles nutricionales óptimos del cultivo y los tratamientos necesarios, y estimar la cosecha en cantidad y calidad», afirma Ramón Rivera, director general de Elaia, empresa productora de aceite de oliva con más de 76 fincas, sobre todo en Portugal, aparte de España y Norte de África, un producto que vende por completo a granel.
Los responsables técnicos de Elaia pasan de describir lo que pasa en el cultivo a analizar lo que va a pasar para adaptar la mejor estrategia. De lo que adolecen tanto las explotaciones grandes como medianas o pequeñas es de suficientes series históricas de datos. «Cuando predecimos un modelo de previsión de cosecha, no lo hacemos solo para que nuestros clientes obtengan mayores márgenes, también lo hacemos para poder conocer mejor sus cultivos y ser más eficientes», explica Martín.
«La tecnología está disponible, pero ¿a qué costo?», pregunta Ramón Rivera. Los jóvenes agricultores europeos que se incorporan gestionan explotaciones con mayor carga tecnológica y con mayor rentabilidad, según un informe de la UE que menciona Marcos Garcés. «En el modelo de agricultura que tenemos, la rentabilidad que obtenemos es muy limitada, mientras que son grandes las inversiones en transformación digital y Big Data, que no pueden dejar de lado a la agricultura familiar, clave como fijadora de empleo en el medio rural y comprometida con el entorno ambiental», añade.
La solución de Garcés y otros cuatro agricultores es optar por la integración cooperativa para afrontar el coste de tecnología para ser más competitivos. «Solo no hubiera podido», matiza. Estos productores turolenses como Ramón Rivera han subido al tren de la agricultura digital, que no solo conecta equipos, máquinas y dispositivos, sino también a cada uno de los eslabones de la cadena agroalimentaria, en la carreta hacia la eficiencia productiva de todos y «para que los consumidores sepan más de nosotros», dice José Luis Miguel.
Cadena interconectada
«Uno de nuestros retos en unir la cadena de proveedores para que todos salgamos ganando en nuestra labor. Este año hemos pagado a 3 euros el kilo de uva. Mientras las bodegas vayan por un lado y los viticultores por otro, no conseguiremos nada», concluye Pedro Ruiz, director general de una empresa vitivinícola familiar, Pago de Carraovejas. Se utilizan sistemas diferenciados de cultivo como doble cordón royat, vaso vertical y en terrazas, en 200 hectáreas, para elaborar tres variedades: Tinto fino, Cabernet Sauvignon y Merlot.
«Estamos comprometidos con la viticultura de precisión», comenta Ruiz. A saber, drones que sobrevuelan con sensores multiespectrales para identificar coberturas vegetale en un mapa cartográfico, donde se aprecian las malas hierbas, las necesidades de abono o prever el estrés hídrico de la cepa, además del análisis de la entomofauna útil en la vid y el estudio integral de la microbiología de suelos y su relación con los procesos fermentativos en bodega, entre otras aplicaciones de I+D+i, «agricultura preventiva con tecnologías de la información», afirma el responsable de una bodega, que no obstante, no ha perdido su cariz tradicional.
El CEO de Bynse insiste que «hay que registrar datos -la primera barrera que tiene el sector-, con el objetivo de predecir y mejorar las necesidades del cultivo. Intentamos hacer accesible la información de valor a los pequeños agricultores. Cómo gestionar una política de datos abiertos entre todos es nuestro gran objetivo. Estos datos permiten a la Administración gestionar mejor y hacer políticas más eficientes». Para el responsable de Juventudes Agrarias de Coag, el uso de los datos y su propiedad es uno de los asuntos que más preocupan a los agricultores y «que hay que abordar en forma de legislación, para la que deben aportar ideas desde los productores hasta las empresas tecnológicas. La norma debería proteger la privacidad de los datos que generamos, pero a la vez compartirla para favorecer la evolución del sector agrícola», cree Marcos Garcés. La fórmula estará sujeta a mucha discusión próximamente.