La Xylella fatidiosa es conocida vulgarmente como el ébola árboles leñosos -como el caso de olivares, almendros y parronales-, es en realidad una enfermedad provocada por una bacteria que impide el flujo de la savia y va secando la planta hasta causarle la muerte.
Esta bacteria puede afectar a las más de 360 especies leñosas, entre ellas los viñedos, árboles frutales de pepita, de hueso, cítricos o de frutos secos, lo que supone un volumen de unos cinco millones de hectáreas.
Frente a la Xylella no existen tratamientos zoo o fitosanitarios para su prevención ni para su erradicación. Las actuaciones para combatirla pasan por la prevención para evitar su entrada en territorio comunitario, aumentando los controles en frontera, inspecciones en viveros y con la destrucción de las plantas infectadas y las que están en el área de influencia del mosquito que transmite la bacteria. Bruselas puso en marcha en 2014, a raíz de los casos detectados en Italia, un plan de control y vigilancia en fronteras para evitar la entrada de plantas leñosas de frutas y ornamentales, especialmente procedentes de americanos.
El sector agrario mundial reconoce resignado que tendrá que convivir con la enfermedad mientras no haya instrumentos para erradicarla, al igual que ocurre en EE UU, donde California ha sufrido los estragos de la bacteria desde finales del siglo XIX.
En Europa, la Xylella se detectó en 2013 en la región de Apulia en Italia. La enfermedad se extendió con rapidez y obligó a arrancar un millón de olivos en esa zona. A ello contribuyó la forma de cultivar los olivos en esa región, donde las hierbas que se dejan crecen en torno a los árboles sirven de refugio a los insectos. A partir de ese episodio, las autoridades comunitarias se pusieron en guardia. El brote de Italia se asocia a una planta ornamental de café importada de Costa Rica.
A falta de otras armas para la erradicación de esta bacteria, solamente se puede aplicar el protocolo acordado por Bruselas, que consiste en erradicar las plantas que estén en un radio de 100 metros desde la infectada, lo que supone una superficie ligeramente superior a las tres hectáreas. Además de ese radio de arranque y destrucción, se debe mantener controlada otra zona de seguridad de 10 kilómetros.
El sector agrario mundial reconoce resignado que tendrá que convivir con la enfermedad mientras no haya instrumentos para erradicarla, al igual que ocurre en EE UU, donde California ha sufrido los estragos de la bacteria desde finales del siglo XIX.
Fuente: Elpais.com/economia